martes, 24 de mayo de 2011

Cuento de terror

CUENTO DE TERROR
PARTE UNO

Ahí se encontraba él, tímidamente frente a la vida que había construido a lo largo del tiempo. Aquella vez presenciaba la inmensa oscuridad de la noche que se esclarecía en algo por la presencia de algunas estrellas, mientras el sonido del mar a lo lejos, le brindaba un ambiente acogedor en medio de la confusión de su ser. De pronto sentía como si el mundo transcurriera más despacio, como si nada fuese más importante que encontrarse en ese momento de soledad frente al inmenso mar. Percibía su mente algo libre, algo lejana del mundanal y común ruido de sus pensamientos que se asilaban en su mente día a día. Casi había aprendido a vivir con las ideas absurdas que daban vuelta en su cabeza como si fueran importantes. Pero ese momento, en la playa, contrastaba con su vida cotidiana, quizás por eso en el fondo siempre supo que aquellos momentos serían inolvidables. ………….Sus percepciones eran limitadas pero infinitas, ya no existían los cientos de estímulos a los que se sometía a diario, esta vez, únicamente lograba percibir la brisa del mar, el aire tan puro que respiraba, la arena húmeda en su pies descalzos, una suerte de paz interior.

Pronto el momento se interrumpió, era hora de volver a aquella fiesta. Los amigos lo esperaban, el alcohol estaba allí presente como en la mayoría de sus distracciones. El breve momento de tranquilidad fue entonces remplazado por las aventuras de aquella noche. Todo siempre era intenso, impredecible, como sacado de la realidad. Sus intereses no se basaban en hacer buenas relaciones, ni en tratar de encontrar algo más allá del presente, no hablaba de política, ni economía, aunque sin saberlo en algún nivel filosofaba mientras danzaba con la vida. Sus metas eran simples, vivir la noche a plenitud, de ser posible (y casi siempre lo era), seducir a alguna joven para pasarlo bien. Qué lejos se encontraba de sí mismo, todo era para él como una película en la que por su puesto él era el protagonista principal. Así eran sus momentos de distracción, rodeado de su grupo de amigos, solía creer que el mundo era suyo, cuando en realidad el mundo lo tenía atrapado con vacías distracciones.

¿Pero cómo este joven encontraba aquellos momentos de paz?, ¿cómo lograba hallar, por breve que fuera, aquella sensación de unión con el universo, como el que tuvo aquel día en la playa?. Definitivamente él mismo no lo sabía, y parecía no interesarle mucho descubrirlo. Todo era demasiado rápido en su vida, apenas había tiempo para procesar lo vivido el día anterior. Era un joven apuesto que creía devorar la vida. A pesar de tantas diversiones, cada cierto tiempo sin saber por qué, sentía un vacío, una sensación extraña en su pecho, como si en él existiera un espacio que necesitara ser llenado. Era como si sólo esa extraña sensación, lograba en él algún tipo de cuestionamiento. Una especie de recordatorio que le indicaba que en su vida algo no andaba bien. Parecía ser la contraparte de aquellos momentos de dicha, que únicamente eran parecidos a estos últimos en su duración.

En ocasiones, sobrevenía esta sensación inexplicable, sin ningún motivo aparente, él optaba en la mayoría de los casos por obviarla. En otras circunstancias, curiosamente, sucedía algo en su vida que precipitaba esta sensación, pero esta circunstancia más bien parecía un pretexto para otorgarle una justificación a aquella sensación latente en su pecho, como queriendo dar un sentido a su malestar. Parecía cada vez más convencido de que aquel vacío era provocado por problemas que encontraba en el exterior; como cuando terminó con su novia, o la vez que su padre lo golpeó, en otra oportunidad fue el no poder encontrar una pareja a su medida, luego fue su insatisfacción con los estudios, el país subdesarrollado donde vivía, los problemas con su madre, etc. En fin, aparentaba cierta estabilidad gracias a que el alcohol, más el alocado mundo en el que vivía, lo alejaban de ese vacío.

Una tarde entre semana despertó, no tenía ocupación alguna, por lo que en ocasiones tomaba una siesta como para desvanecer el tiempo. Se sentía cansado como la mayoría de veces en las que despertaba. Solía justificar para sí mismo este cansancio, pensando en que no había dormido lo suficiente durante la noche por haberse acostado muy tarde, al regresar de una de sus fiestas. Sentado en la cama, sin saber por qué, un recuerdo posiblemente de su niñez invadió su mente, siendo lo suficientemente importante para que dejara de lado las muchas otras cosas que pasaban por su cabeza, como era costumbre.

Aún algo somnoliento lucía concentrado en aquello, mientras de a poco se dirigía al baño, luego de cumplir el acostumbrado ritual que realizaba al despertar, se detuvo frente al espejo y mirándose fijamente casi pudo revivir aquella escena que aparecía en su mente. Entre las imágenes de su recuerdo, emergían emociones intensas de tristeza, de miedo que entorpecían su intento de recodar al detalle. Estrepitosamente su teléfono celular sonó, sin que él reparase en aquello.

Las imágenes se esclarecían cada vez más; un niño corría descalzo por inmensos los corredores de mármol color vino en una antigua casa. Llevaba unos pantaloncillos cortos y una camiseta blanca, era delgado, se llamaba Joaquín. Velozmente se dirigía hacía la luz proveniente del cuarto al final del pasillo, parecía ser perseguido por alguien, pero al llegar hasta la puerta abierta de aquel cuarto nadie estaba detrás de él. La curiosidad lo invitó a pasar el portal de aquel extraño cuarto, lentamente ingresó, no sin antes voltear a ver a sus espaldas la inmensidad del corredor que había dejado atrás. ¿Quién habitaba ese cuarto?, poco a poco lo examinó en detalle, el lugar era pequeño, brillante por la luz del sol que entraba por la única ventana, todo lucía muy ordenado, limpio, simple pero misterioso ante atentos ojos de Joaquín.

De frente la ventana, a su izquierda pegada a la pared una cama sencilla, seguida por un closet con sus puertas entreabiertas. A su derecha una cómoda, – así era como la llamaban los adultos – pensó. El closet lo sedujo, yendo a descubrir lo que se ocultaba detrás de esas sugerentes puertas de madera blanca. Encontró ropa, como era de esperarse, pero lo que más le interesó fue aquel cajón que parecía guardaba cosas personales; una navaja, un llavero azul con un ancla plateada atrajeron por momentos su atención. Luego Joaquín se detenía, imaginaba quién podría ser el dueño se aquellas cosas, se preguntaba cómo sería su vida. Sin saber por qué, lo visualizaba como un joven muy correcto, quizás por el orden de sus cosas, alto, delgado y por su puesto muy bien peinado.

Mientras su mente volaba fuera de aquel lugar, al mismo tiempo que en su cabeza se cuestionaba, su cuerpo continuaba deambulando lentamente por cada unos de los rincones de ese pequeño cuarto. Luego se detuvo en la ventana, observó durante largo rato con asombro, la deprimente vista que tenía enfrente. Fue como si su mente cambiara de una ensoñación a otra. Miraba con tristeza una pequeña vivienda de caña, piso de tierra y un techo a punto de desmoronarse. Unos niños pequeños jugaban en la tierra, en lo que se podría denominar como el patio de esa casa de enfrente, mientras él se preguntaba cómo sería la vida de aquellos niños.

Al observarlos desde la ventana, evitó ser visto por estos niños, seguramente sentía vergüenza de que lo vieran mirándolos, o probablemente, no aceptaba sentirse en una posición de poder frente a ellos, como un niño rico que los mirase como extraños. Joaquín no era así, no soportaba la prepotencia porque él mismo la vivía dentro de su hogar y fuera de él. Pensó lo mucho que le molestaba eso mientras experimentaba un leve calor en su cuerpo, un fuerte grito rompió el silencio de aquellas reflexiones, era una señora bastante mayor que parada frente al portal de aquel cuarto le gritaba ferozmente. Joaquín se estremeció, quiso correr pero la intentarlo sintió que no tenía fuerzas. Mientras sus ojos se apagaban observó confuso como el piso de mármol que creía de color vino no era mas que un suelo gris manchado por la abundancia de su propia sangre.

El teléfono volvió a sonar, en esta ocasión el timbre le ayudó a escapar de aquella escena. Tuvo que tomarse un tiempo para recobrar la respiración, por un instante sintió el mismo calor que recorrió aquella vez el cuerpo de Joaquín. Miró su celular se trataba de un número desconocido.

Sin contestar aquella llamada telefónica, decidió poner el aparato en silencio. Aquella escena lo hizo pensar en su pasado con mayor profundidad y sobre sus reflexiones decidió escribir:

De niño me encontraba en casa de mi abuela el escenario estaba bañado por tonalidades oscuras, recuerdo que existía muchos cuartos, en particular existía un cuarto que quedaba detrás de la cocina. Allí se encontraban muchos objetos viejos que a mí me encantaba descubrir de apoco, ya que el desorden impedía verlos a todos de golpe. En mi ser existía ya el miedo, lo sé porque ahora que pienso en ello aún siento el temor. A pesar del miedo yo investigaba mucho, luego de estar en ese cuarto por horas, me colaba sigilosamente al cuarto de al lado. Ese cuarto era donde dormía la empleada, era muy pequeño creo que carecía de ventanas. A la izquierda de la entrada estaba un pequeño colchón sin sábanas, de frente había un televisor blanco y negro, a mí me gustaba observarlo todo. El miedo a ser descubierto era lo mejor que me podía pasar. Luego para mi suerte mi abuela rentaba dos cuartos de aquel departamento, por lo que mi aventura continuaba hacia esos cuartos.

Me encantaba imaginar historias sobre los inquilinos, me preguntaba sobre sus vidas sus sueños, amores, todo lo que se me podía ocurrir, sus objetos personales siempre me daban las pistas que necesitaba.

Vida ajena, misterioso placer

Cosas inmateriales, las más preciadas que hay.

Quisiera atraparlas todas para salir de mi propio abismo,

para perdurar en el recuerdo de lo que ellos fueron

y soñar con lo que hoy serán.

Es imposible vivirlas todas,

aunque la mente nos permite robar.

¿Quién es ese niño mirándonos desde aquella ventana a lo alto?, le preguntó Byron a su hermano menor. Jorge simplemente se encogió de hombros, él admiraba mucho a Byron por lo que quiso evitar quedar frente a él como un idiota, por lo que decidió no decirle que él jamás se percató de la presencia de Joaquín aquella tarde.

Desde el interior de aquella vieja casa de caña, la entonces joven madre Leonor llamó a sus hijos. Al ver que Byron y Jorge se acercaban a la casa llenos de tierra, la sonrisa de Leonor desapareció repentinamente, los tomó a ambos fuertemente por los brazos, metiéndolos fuertemente en la pequeña casa. Dentro, Byron la desafiaba sin palabras, por su parte Jorge trataba de esconderse por algún rincón. Jorge nunca entendió como su madre a veces podía ser tan amorosa y en otras ocasiones transformarse en un ser que le causaba un temor inexplicable. Los insultos que le propinaba Leonor a sus hijos, con el tiempo fueron siendo cada vez más violentos. Pero por ese entonces los agravios propinados por ella, se limitaban a unas cuantas malas palabras, junto con repetidas amenazas de golpearlos si no la obedecían “por las buenas”. Sin embargo, lo que más asustaba a Jorge, no eran los insultos, ni las amenazas, sino esos violentos cambios en el comportamiento de su madre, este niño de apenas 4 años, no sabía como manejar una vida que lo hacía permanecer en un constante suspenso.

Byron dos años mayor, ante este sufrimiento rápidamente optó por contrastar su vida en el hogar con la de otros niños con los que jugaba en el barrio. Esto le permitió darse cuenta de que sus amigos también tenían padres agresivos en casa, y aprender como ellos lo manejaban, servía a Byron para saber que hacer ante los arrebatos de su madre. A sí mismo, decidió pasar el menor tiempo posible en su casa desamparando sin saberlo a su pequeño hermano.

Rene era el padre de aquel hogar, un hombre joven que desde niño fue pobre. Al conocer que Leonor estaba embarazada, había logrado juntar algo de dinero para pagarles a unos conocidos suyos con el fin de que estos le construyeran una casa. Rene sabía que esta casa iba a ser de muy mala calidad por lo que había pagado, pero pensaba que en el futuro iba a mejorar su situación económica, producto de su perseverancia en el trabajo, y soñaba con tener una casa de clase media. Actualmente Rene en relación con su familia había optado, sin saberlo, por seguir el camino de su pequeño hijo Byron. Por un lado se ausentaba del hogar producto de sus demandantes horarios de trabajo como vendedor informal, trabajo que en reiteradas ocasiones exigía viajar a otras provincias para vender. Esto derivaba en que Rene estuviese lejos de su familia cinco de los siete días de la semana. Y los otros dos trabajaba hasta las seis de la tarde; por lo que veía a sus hijos y esposa solo unas cuantas horas, si es que no decidía salir a visitar a sus amigos del barrio.

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